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Estimados directivos, docentes, personal de administración, mantenimiento y maestranza, invitados, padres, alumnos:

En una mañana como la de hoy, hace ya ochenta y ocho años, en una casa alquilada sobre la calle Pedro Lozano, en el mismo solar donde hoy se encuentra la Parroquia Santa Ana, abría sus puertas por primera vez nuestro Instituto Evangélico Americano.

El mismo fue el resultado de la visión de un misionero norteamericano, el pastor Eduardo Müller, quien comenzó la Congregación El Redentor, y el Instituto Evangélico Americano, en realidad un jardín de infantes en ese momento (1920), en ese predio de la calle Pedro Lozano, para mudar la obra, que ya para entonces contaba con el nivel primario, a su actual ubicación de Simbrón y Cuenca, sólo tres años más tarde, en 1923.

Muchas cosas han cambiado desde aquel 1º de julio de 1920.
Villa del Parque era un barrio nuevo, en formación, había sido fundado en 1908.
Casi todas sus calles eran aún de tierra.
Todas sus casas, las que había, eran bajas, con grandes jardines.
El país era un país pujante, rico, estaba entre los diez países más ricos del planeta.
El clima político era de estabilidad. Recién diez años después, en 1930, tiene lugar el primero, de una larga lista, de golpes de estado.
En fin, una realidad bastante diferente de la que nos toca vivir hoy.

Al mismo tiempo, y podemos decirlo con humildad y orgullo, otras cosas permanecen igual.
Permanece igual nuestro compromiso con la educación, nuestro compromiso en el cumplimiento del mandato evangélico de predicar a Jesucristo y enseñar un estilo de vida inspirado en el amor a Dios y al prójimo.
En inculcar los valores espirituales contenidos en la fe cristiana.
En formar ciudadanos íntegros imbuidos del espíritu de servicio solidario, hacia sus semejantes, hacia la comunidad nacional y hacia el mundo en general.

En el decir del gran Pablo Neruda: Muere lentamente quien evita una pasión y su remolino de emociones, justamente estas que regresan el brillo a los ojos y restauran los corazones destrozados.
Por eso estamos vivos, porque no evitamos la pasión de enseñar y el remolino de emociones que eso trae aparejado. Porque nos regresa el brillo a los ojos cada vez que vemos los logros que nuestros alumnos, y ex alumnos, alcanzan. Cada vez que esos mismos ex alumnos regresan al colegio como parte de un proyecto, como docentes, como directivos ó como padres ó abuelos de nuevas generaciones que se suman a la gran familia del IEA.

Es con profunda convicción, la misma que tenía el pastor Eduardo Müller cuando fundó nuestra escuela, que puedo decir: Nuestra llama jamás se apagará, porque nuestro compromiso jamás se romperá. Feliz aniversario.

Roberto O. Stein
Director General
IEA Villa del Parque


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